¿Cómo puede un hijo alejarse de su Padre?

¿Cómo puede un hijo alejarse de su Padre?


 El hábito de volver a casa

Desde pequeños, la casa de nuestros padres era un refugio de amor y provisión. Allí se encontraba la dirección para nuestras vidas. Pero, ¿qué ocurre cuando un hijo decide abandonar ese lugar de seguridad y caminar por su cuenta? En el ámbito espiritual, esto representa cómo muchas veces nos alejamos de Dios, nuestro Padre celestial. Este mensaje explora, a la luz de la Palabra, por qué ocurre este alejamiento y cómo podemos regresar a Él.


 El corazón del Padre siempre espera con amor

En Lucas 15:11-32, la parábola del hijo pródigo revela el corazón inquebrantable de un Padre que no obliga a quedarse, pero nunca deja de amar ni de esperar. La Escritura nos dice:
“Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó” (Lucas 15:20).

Aquí vemos el carácter de Dios reflejado. Aunque nos alejemos, Su amor sigue siendo fiel. Como dice Malaquías 3:7:
“Desde los días de vuestros padres os habéis apartado de mis leyes, y no las guardasteis. Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, ha dicho Jehová de los ejércitos.”


Alejarse de Dios es ignorar nuestra fuente de vida

El hijo pródigo creyó que podía prosperar lejos de su Padre, pero pronto se encontró en escasez. Lucas 15:14 dice:
“Cuando lo hubo malgastado todo, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle.”

De la misma forma, cuando nos alejamos de Dios, perdemos nuestra fuente de vida y provisión. Jeremías 2:13 lo describe así:
“Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua.”

Esto nos recuerda que todo lo que hacemos lejos de Dios es vano, como se afirma en Juan 15:5:
“Separados de mí, nada podéis hacer.”


Las consecuencias del alejamiento son inevitables

El hijo pródigo enfrentó hambre y humillación, terminando por desear comer de las algarrobas de los cerdos (Lucas 15:16). Esto simboliza el vacío que queda en nuestras vidas cuando intentamos llenarlas con las cosas del mundo. Romanos 6:23 nos advierte:
“Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.”

El pecado nos aleja de la plenitud que solo el Padre puede dar. Isaías 59:2 lo confirma:
“Vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír.”


 El arrepentimiento genuino restaura nuestra relación con Dios

El momento decisivo en la vida del hijo pródigo fue cuando “volviendo en sí” (Lucas 15:17) reconoció su necesidad de regresar al Padre. Este acto de humildad es el principio del arrepentimiento. Como declara 2 Crónicas 7:14:
“Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.”

El arrepentimiento no es solo un cambio de conducta, sino una transformación del corazón. Como enseña el Salmo 34:18:
“Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu.”


 El abrazo del Padre es mayor que nuestra culpa

Cuando el hijo regresó, el Padre no solo lo recibió, sino que lo honró con un banquete. Lucas 15:22-24 destaca:
“Traed el mejor vestido... porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.”

Esto refleja la gracia inmerecida de Dios. Aunque nuestra condición sea indigna, Él nos reviste de justicia. Isaías 61:10 lo expresa maravillosamente:
“En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia.”


Nunca es tarde para regresar a casa

El tiempo no borra la invitación del Padre. Incluso si llevamos años lejos, Su llamado sigue vigente. En Apocalipsis 3:20, Jesús dice:
“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.”

Esta es la promesa de un Padre que siempre está dispuesto a restaurar nuestra relación.


Conclusión: Vuelve a los brazos del Padre

La historia del hijo pródigo no es solo una parábola; es un retrato de nuestra relación con Dios. Muchos hemos caminado lejos, pensando que podemos vivir sin Él, pero hemos descubierto que el verdadero hogar está en Su presencia. Hoy es el día para decidir regresar.

Deuteronomio 30:19-20 nos exhorta:
“He puesto delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia, amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz y siguiéndole.”

El Padre celestial está esperándote con los brazos abiertos. No importa lo lejos que hayas ido, Su amor es más grande. Hoy, escucha Su voz y vuelve a casa. Amén.

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